Montenegro se reconoce a sí mismo como un municipio verde cuyos principales potenciales son la belleza de sus singularidades naturales y la proverbial simpatía de su gente. El paisaje corresponde a la zona subtropical baja de bosque húmedo, temperatura cálida, y lluvia durante todos los meses del año. La guadua es abundante y gran parte de la tierra rural está dedicada a la producción agrícola y ganadera. Subsisten algunos bosques secundarios y entre la maleza, crecen espontáneamente varias plantas medicinales, condimentarias y ornamentales.
El territorio montenegrino está caracterizado por una riqueza hídrica presente en las leyendas e historia oral de los habitantes. Los ríos Roble, Espejo y La Vieja y las quebradas Cajones, Tres Palitos, Canceles y la Clara, entre otras, han sido el escenario de los paseos de olla, las excursiones juveniles, y la pesca de diversas especies. La fauna nativa lucha por mantenerse a pesar de los embates del desarrollo y aún prevalecen guatines, torcazas moradas, perdices,
ardillas y una amplia variedad de pájaros y mariposas. Han desaparecido los venados y las guaguas. Desde hace varios años el paisaje ha aportado un ingente recurso para el reciente desarrollo turístico.
El cultivo del café resultó la mejor opción productiva y sin proponérselo trascendió el aspecto económico y generó una serie de tradiciones culturales que se transmitieron de padres a hijos. En Montenegro, como en el resto del Paisaje Cultural Cafetero se ha consolidó una cultura rica en bienes y manifestaciones culturales, que ha utilizado la guadua y el bahareque embutido para construir la estructura rural necesaria en el beneficio del grano y las viviendas del casco urbano. A esa tradición corresponden también manifestaciones como la arriería, la cocina tradicional, los saberes ligados al cultivo y la entresaca de la guadua, los mitos, leyendas y cuentos de espantos traídos por los distintos colonizadores desde sus tierras de origen, las celebraciones religiosas heredadas de España, los saberes correspondientes al bahareque y su aplicación en las onduladas condiciones topográficas de esta zona.
También hacen parte del patrimonio común los oficios de los carpinteros que elaboraron y calaron las puertas, ventanas y demás elementos de madera fina que se utilizaron en la denominada arquitectura de colonización; las
actividades manuales, evidentemente femeninas como coser y zurcir la ropa para toda la familia; bordar y tejer las cortinas, colchas, manteles, ropa de cama, carpetas y tapices necesarios en los hogares. También el cultivo y aprovechamiento de las plantas medicinales para aliviar las dolencias familiares. Por último, pero trascendental por su carga generativa de cultura, los saberes ligados al cultivo del café.
